Artículo del poeta Enrique Fernández Morales
Revista Conservadora No. 114
El día revestido de esa honda tristeza que les confiere la conmemoración de la muerte del hijo de Dios y los terribles misterios de la redención, tiene por si una densa y casi palpable atmosfera de solemnidad, mucho mayor en aquellos viejos tiempos de sincera y vigorosa fe.
Cristo ha muerto este día por nosotros. La gente hablaba en voz baja, evitaban charlotear, reír y hasta caminar sin verdadera necesidad. Era considerado verdadero delito escupir en el suelo.
La pregunta corriente ante cualquiera desusada actividad era: Cómo estás haciendo eso? No sabes que está el Señor en el suelo? Y se contaban infinidad de leyendas sobre gentes que habían sido castigadas de una u otra forma por su poco respeto por la santidad de estos días, y casos de personas que se habían convertido en sirena por haber osado bañarse en el lago, y cosas por estilo.
La gente timorata no siquiera se atrevía a cocinar, comiendo esos días de lo que se llamaba EL ALIÑO DE SEMANA SANTA, consistente en: Queso, tamal pizque, pan, rosquillas, pinolillo y el clásico curbazá. Los muchachos, que no podían estarse quietos, organizaban grupos vecinales, apostados para apedrear a quien se atreviera a salir a la calle o al camino en cualquier clase de vehículos.