Arte y Cultura
Nota introductoria de LA VERDAD
Para los lectores de la LA VERDAD, les servimos esta primera entrega del testimonio del periodista e historiador Pablo Emilio Barreto Pérez, sobreviviente de El Repliegue, quien fue por mucho tiempo fotógrafo del Diario Barricada, en los 80s, desempeñándose también con mucho tino y fluidez, como cronista de Managua. Pablo Emilio (qepd) fue sobreviviente del histórico movimiento masivo de los barrios orientales de Managua, que bajo la conducción acertada del FSLN escapan a Masaya, evitando así una muerte segura por la acción de los bombardeos indiscriminados y “operaciones limpieza” que la EEBI realizaba en los barrios orientales, los que consideraban más combativos y aguerridos.
Publicado el 11/06/2010 de Pablo Emilio Barreto Pérez
La Insurrección Final contra la tiranía en San Judas se produjo el ocho de junio. En los Barrios Orientales de Managua, concretamente en Bello Horizonte, la Insurrección comenzó el nueve de junio a las diez de la noche con el grito prolongado de ¡!Patriaa Libre o Morir, Patria o Muerte, Venceremos¡¡
En Monseñor Lezcano, Santa Ana, Acahualinca, Altagracia, Las Brisas, Linda Vista, Loma Verde, Barrio Cuba y otros vecindarios, el tableteo de metralla contra la guardia se inició el diez de junio.
En estos dos sectores de Managua encabezaban la lucha armada Gabriel Cardenal Caldera, Eduardo “el Chele” Cuadra, René Cisneros (caído en combate), Pedro Meza, Adrián Meza Soza, Víctor Romero, Genie Soto y Danilo “Pequeño Veneno” Serrano (ya fallecido), entre otros. Por las masacres de Batahola y “Kilocho” y el Repliegue al Vapor, la Insurrección de los Barrios Occidentales, quedó prácticamente desarticulada, debido a que faltaban armas de guerra y municiones.
Las fuerzas combativas fueron reorientadas hacia el Sector Oriental de Managua, o tomaron rumbo hacia El Crucero, Mateare y Nagarote.
Durante el día 27 de junio de 1979, mientras tanto, el Estado Mayor del Frente Interno del Frente Sandinista, encabezado por los Comandantes Carlos Núñez Téllez, Joaquín Cuadra Lacayo y William Ramírez Solórzano (fallecido recientemente), mandó a explicar a Combatientes Populares, a Colaboradores y población del Sector Oriental, involucrada en la Insurrección Final de Managua, en absoluto sigilo, que esa misma noche se produciría el célebre Repliegue Táctico de Managua a Masaya.
La explicación sigilosa, por parte de los cuadros revolucionarios, guerrilleros y Combatientes Populares más confiables, indicaba que faltaban armas de guerra y municiones, que la Insurrección Final ya había cumplido sus objetivos de desgastar militarmente a la tiranía somocista en la Capital, que debían salvarse las fuerzas combativas de Managua y que era indispensable fortalecer el Frente Oriental Carlos Roberto Huembes Ramírez, con la finalidad de liberar también ciudades como Granada, fortalecer la liberación de Masaya y sus poblaciones aledañas y encaminarse a asaltar los comandos de la guardia genocida en Masatepe, Diriamba, Jinotepe, San Marcos, Diriomo, Diriá, Nandaime, Granada, etc.
A centenares de guerrilleros, combatientes populares y Colaboradores del FSLN no les gustaba la idea del Repliegue de Managua a Masaya, porque consideraban que la guardia genocida del somocismo haría una verdadera carnicería en los Barrios Orientales y Suroccidentales de Managua, donde decenas de miles se habían insurreccionado para propiciar el derrumbe y demolición definitiva del aparato opresor de la dictadura somocista o “Estirpe Sangrienta”, fundada, entrenada, educada y financiada por el gobierno criminal de Estados Unidos en 1927, cuando el traidor José María “Chema” Moncada Tapia firmó con el coronel yanqui Stimpson, invasor y agresor militar, el infame “Pacto del Espino Negro”, en Tipitapa.
Gracias a ese “Pacto del Espino Negro” y la organización de la Guardia Nacional, Anastasio Somoza García y su pandilla de asesinos, ladrones y torturadores, poco tiempo después asesinaron a Sandino y a casi todos los miembros del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional.
A estos Combatientes Populares no les gustaba la idea, pero la realidad era aplastante después del prolongadísimo combate con la guardia en el Barrio El Paraisito, donde se le propinó una derrota militar extraordinaria a la soldadesca criminal del somocismo, aunque habían caído más de 40 combatiente en este sector de Managua, y a partir de ese momento las balas habían escaseado mucho más.
Un avión clandestino del FSLN que pasó tirando sacos de municiones, de noche, sobre los Barrios El Edén y Costa Rica, en esos días de junio de 1979, no había cambiado esa realidad militar en relación al poder de fuego de la guardia genocida del somocismo.
Hubo desconcierto. Estos poderosos argumentos militares y de orden estratégico no convencían totalmente a los Combatientes Populares y sus Colaboradores en los sitios insurreccionados del Oriente de Managua.
Sin embargo, el Repliegue de Managua a Masaya comenzó a organizarse en el más completo sigilo desde más o menos las diez de la mañana del 27 de junio de 1979, hace 31 años. A mi me visitaron “Venancia” (Isabel González) y “el 101”, cuyo nombre es Danilo Norori. “No podemos dejarte, porque te asesinan”, me dijo “Venancia”.
Cada combatiente y Colaborador sabía de antemano en qué columna y con qué jefe guerrillero iría.
Cuando comenzó a caer la noche de ese 27 de junio, a las 6:40 p.m., comenzamos a salir en gruesas columnas silenciosas, que parecían “cien pies” resbalándose por los costados de paredes y andenes, bajo los árboles, en la oscuridad, procedentes de los Barrios Santa Rosa, Bello Horizonte, Costa Rica, Villa Progreso, Ducualí, Primero de Mayo, Meneses (hoy Barrio Venezuela), Maestro Gabriel, Salvadorita (hoy Cristian Pérez Leiva), El Edén, Larreynaga, Diez de Junio, Colonia Colombia, El Dorado, Colonia Don Bosco, San Cristóbal, María Auxiliadora, El Paraisito, San José Oriental…!todos hacia la Calle, ubicada de la Clínica Don Bosco hacia el Este¡, es decir, por donde estaba la Gasolinera San Rafael.
Estos momentos de organización y concentración en un solo punto fueron en un silencio tenso, nervioso, en rigurosa clandestinidad, “hablándonos por medio de “señas” y órdenes de “levanten los pies al caminar”, “no hagan ruido”, “no lleven objetos que brillen”, “no fumen, no enciendan fósforos ni focos de manos…”
Uno de los instantes más peligrosos se vivieron en el “puente colgante” (hoy es puente firme) entre Bello Horizonte y el Barrio Meneses (hoy Venezuela), el cual se mecía como una hamaca larga por el peso de los Combatientes Populares que cargaban a los heridos, ya fuese en camillas, en hamacas de sacos y mecates o en hombros.
El transporte de los heridos fue, precisamente, la complicación más grande que llevábamos al salir de Bello Horizonte, pues no podían ser dejados allí, a su suerte, porque la guardia los hubiera matado a todos.
Seis mil personas en tres columnas
Puestos en la Calle de Don Bosco, unas seis mil personas entre Guerrilleros, Combatientes Populares, Colaboradores Históricos y población en general desarmada, incluidos niños, mujeres, adolescentes y ancianos, en silencio sepulcral, en una noche oscura y con una llovizna leve, después de 17 días de heroicos combates en la zona Oriental de Managua, luego de una lucha tensa y silenciosa para organizarlo durante el día, el Repliegue de Managua a Masaya fue organizado en tres grandes columnas:
Una delantera, jefeada por el Comandante Guerrillero Ramón “Nacho” Cabrales; otra, en la retaguardia, conducida por el Comandante Carlos Núñez Téllez (jefe del Estado Mayor General del Frente Interno, jefe de la Insurrección en Managua y del Repliegue a Masaya por encomienda de la Dirección Nacional del FSLN clandestino), y la tercera, la del centro, la más grande, enorme, dirigida por los comandantes guerrilleros William Ramírez Solórzano y Joaquín Cuadra Lacayo, auxiliados éstos al mismo tiempo por jefes guerrilleros como Walter Ferrety, Osvaldo Lacayo, Mónica Baltodano Marcenaros, Rolando “Cara Manchada” Orozco, Raúl Venerio Plazaola y Marcos Somarriba.
Esta organización del Repliegue a Masaya en tres columnas finalizó casi a las diez y media de la noche. Estos seis mil ciudadanos y ciudadanas de Managua estábamos a punto de convertirnos en participantes, testigos y sobrevivientes de una de las hazañas político-militares más excepcionales de la lucha insurreccional del FSLN, para derrumbar y demoler al régimen tiránico y sangriento de la dictadura somocista genocida.
Y en mi caso personal, además de haber participado en la Insurrección de septiembre de 1978 y en esta Insurrección Sandinista u Ofensiva Final de junio de 1979, estaba, en ese momento, comenzando también mi labor de convertirme en Cronista o historiador participante, testigo y sobreviviente de esta Insurrección Final y del Repliegue Táctico de Managua a Masaya.
A esa hora mencionada, empezamos a salir por la entonces Farmacia González, en el Noreste de la Colonia Nicarao y luego enrumbamos hacia los semáforos de Rubenia, donde había una barricada inmensa que la guardia no había podido derrumbar.
Tomamos el camino viejo a Sabana Grande, escabroso, lleno de troncos erizos como clavos, hoyos, piedras y bívoras como envoltorios de plantas rastreras, y pasamos rosando las “barbas” de la guardia somocista genocida en la Fábrica de Baterías Hasbani, donde la GN tenía acantonado casi un batallón de soldados.
La fábrica de Baterías Hasbani, propiedad del somocista Luis Hasbani, estaba donde es hoy el Barrio Pablo Úbeda, en la periferia misma del “Reparto René Schick Gutiérrez”.
En medio de esas condiciones eran transportados los heridos mencionados, entre los cuales iba un hombre gordo, a quien llamaban Carlos “El sobrino” Sánchez. La circulación de semejante cantidad de gente silenciosa y en rigurosa clandestinidad, era lento, tan lento, que parecía el desplazamiento de una tortuga tora en la playa arenosa.
Después de las doce de la noche estábamos pasando por el famoso “Tanque Rojo” del Reparto Schick, donde hubo un cruce de disparos con “orejas” del sector; se hizo “un alto”, y seguimos por unos potreros, cruzando alambrados, machucando serpientes, charcos y púas de alambres, y oyendo los cantos asustados de pocoyos y de las veloces lechuzas que raudas volaban sobre la multitud silenciosa, conspirativa, insegura ante un futuro incierto que le deparaba en las próximas horas, pues todos recordábamos la ferocidad sanguinaria de los guardias genocidas del somocismo en las calles de Managua.
Muchos llevaban consigo maletas pequeñas de ropa, mochilas con un poco de comida, leche en polvo, mucha sed por la caminata nocturna e invadidos por el miedo o pánico de encontrarse repentinamente con la guardia en esos potreros y caminos solitarios, rumbo a Masaya.
La mañanita del 28 de junio nos sorprendió entre matorrales, zacatales, cultivos de maíz y bosques ralos, mientras los rayos matutinos del Sol, color de oro, se filtraban entre las ramas de los árboles y se estampaban también en los rostros desconcertados de los replegados capitalinos.
Con el alba, el Medio Ambiente me pareció tan lleno de vida, pues también los pajaritos alzaban vuelo haciendo bellísimos juegos de colores a contraluz o cuando los tibios rayos del Sol les daban de frente.
La mañanita estaba fresca, pero nosotros, presionados por la caminata y la posibilidad de que la guardia somocista genocida nos descubriera, sudábamos copiosamente.
Yo iba atento a no caer en huecos, tropezar en troncos erizos, evadiendo zarzas, espinas de todo tipo y fijándome para no machucar una víbora.
Todos los integrantes de esta columna del Repliegue Táctico de Managua a Masaya, jefeado por William Ramírez Solórzano, tratábamos de ir rápido, pero la carga de los heridos volvía lento nuestro desplazamiento hacia la meta en la “Ciudad de las Flores”: Masaya.
Unos cavilábamos y caminábamos, mientras otros hurgaban en el horizonte inmediato, obstaculizado por matorrales y árboles.
Las dos escuadras exploradoras continuaban su trabajo cuidadoso y ágil de exploración, para que no fuésemos a caer todos en una emboscada.
El Sol comenzó a elevarse en el horizonte.
Precisamente en esas preocupaciones íbamos, cuando un poco después de las siete de la mañana, se estaba produciendo el primer incidente o encontronazo militar con la guardia somocista genocida cuando ingresábamos a una finca de la Comarca Veracruz, ubicada del Empalme de Ticuantepe varios kilómetros al Norte.
Habíamos entrado a un sitio cubierto de árboles y chagüites o plátanos.
De repente, allí se produjo un combate sostenido, nutrido, con una patrulla de guardias genocidas, los cuales portaban una ametralladora calibre 50, instalada en un camión, el que estaba repleto de tiros.
Todos los integrantes de la columna, hombres y mujeres civiles, se tiraron al suelo, para evadir las balas de ametralladora 50, que silbaban por entre la maleza, perforaban árboles y cortaban ramas de matorrales.
Los jefes guerrilleros, combatientes populares y milicianos, se desplazaron, parapetados en árboles, en posición de combate.
En este momento pude ver a William Ramírez Solórzano, en la primera fila de fuego, arrastrándose y dirigiendo el combate contra la patrulla de guardias somocistas genocidas.
El combate, en medio de la arboleda tupida, fue de aproximadamente quince minutos, durante el cual cayeron dos guerrilleros, que se dijo eran originarios de Matagalpa y Jinotega. Enterramos sus cadáveres en la orilla de un árbol de ceibo (ceibón), en la orilla de un chagüite de plátanos y guineos. Uno de los combatientes muertos tenía desbaratada la cara por uno de los balazos de la ametralladora calibre 50.
En su huida veloz, los guardias dejaron abandonada la ametralladora calibre 50, el camión y varios miles de tiros y una enormidad de cartones de cigarrillos.
Puestos allí, en la finca de Veracruz, fue cuando nos enteramos de que en ese sitio estaba el grueso del Repliegue a Masaya, es decir, la mayor cantidad de gente, compuesta esencialmente por civiles desarmados y Combatientes Populares poco experimentados.
Asimismo, allí quedó establecido que la columna del Comandante Ramón “Nacho” Cabrales posiblemente ya estaba en Masaya, pues habían capturado camiones y camionetas en el Empalme de Ticuantepe, lo cual les había facilitado el viaje a Masaya, adonde llegaron por el “desvío a San Carlos”, es decir, no pasaron por entre “La Barranca” y la fortaleza de “El Coyotepe”, situados ambas en la orilla de la Carretera Managua-Masaya-Granada, y en el extremo Norte de la Ciudad de Masaya.
No se sabía nada de la Columna de Retaguardia, jefeada por el Comandante Carlos Núñez Téllez, jefe del Estado Mayor General del Frente Interno, de la Insurrección y del Repliegue Táctico de Managua a Masaya. Había cruzado al Sur de la Carretera a Masaya y tomado un camino por territorio de Ticuantepe, para llegar a la Ciudad de Masaya por el lado Sur de la Laguna de Masaya.
Descubren el Repliegue
En esa finca de Veracruz, fuimos reorganizados por William Ramírez Solórzano en una sola columna, de dos grandes hileras, en la carretera, y se dio la orden de caminar ordenadamente por una encajonada matorralosa y con la instrucción de “vayan cubriéndose” bajo los árboles, para que la guardia no nos descubra”, cuando ya íbamos rumbo a ¨Piedra Quemada”, mientras unos cargábamos sacos o costales con bombas de contacto, salveques de tiros, pistolas y rifles 22, la mayoría sin municiones, y un grupo iba hecho cargo de la ametralladora calibre 50 recuperada.
Antes de esta reorganización, la inmensa mayoría de jefes guerrilleros, combatientes populares, milicianos y civiles, pudimos vernos nuevamente las caras de cerca, nos abrazamos y nos alegramos de estar vivos, y dispuestos a vencer a la tiranía somocista mediante esta contienda militar justiciera.
Era un poco después de las ocho de la mañana cuando íbamos por esa “encajonada” montosa, con árboles retirados unos de otros a ambos lados del alambrado.
Aparentemente, la guardia genocida no había descubierto el Repliegue a Masaya a esa hora (8 a.m.) del 28 de junio de 1979. Los aviones de los guardias genocidas somocistas empezaron a sobrevolar el Repliegue un poco después de la nueve de la mañana, lo cual nos obligó a permanecer acostados y sentados entre la maleza y bajo los árboles de tigüilote, guásimos, chilamates, espinos negros, acetunos, jocotes, jobos, etc., ubicados como dos hileras o alamedas de la encajonada mencionada.
Cortamos jocotes, hojas de los mismos jocotes, quelites y verdolagas, y las comimos para matar el hambre.
“Bebé un poco de agua. Dale también a tus hermanos”, me dijo Juan “Tonatiú” Rivera, jefe guerrillero, alargando la cantimplora para dármela.
“Tené cuidado con esas bombas de contacto. Te veo muy relajado con ellas”, me expresó en tono de reclamo Isabel “Venancia” Castillo, pues yo cargaba uno de los salveques llenos de bombas de contacto, mas mis cámaras fotográficas, rollos de películas, una filmadora, una pistola 22, y al mismo tiempo iba tomando fotografías del Repliegue Táctico de Managua a Masaya.
Caminábamos un poco y nos deteníamos. Nos sentábamos bajos árboles y matorrales, o sencillamente nos tirábamos al suelo, acostados, para evitar que nos descubrieran.
Al parecer, la guardia somocista genocida se convenció de que esta movilización popular militar insurreccional iba en ese rumbo cuando ya eran cerca de las diez de la mañana, pues ya en ese momento comenzaron los aviones a sobrevolar bajitos, rasantes, amenazantes sobre la encajonada, que nos conducía hacia el camino a Piedra Quemada.
Fue imposible ocultarnos por mucho tiempo. Era demasiada gente como para que no notaran algo raro en ese camino, entre cauces, encajonadas, caminos carreteros y arboledas ralas a ambos lados de la ruta en que íbamos.
Teníamos que seguir caminando porque la meta era llegar a Masaya. Cuando entramos a Piedra Quemada, más o menos a las 11 de la mañana del 28 de junio de 1979, empezó el bombardeo aéreo en lo fino.
Eran lanzados a granel desde tres aviones: un Push and Pull, un T-33, un DC-3 y dos helicópteros, centenares de rocketts y bombas de 500 y mil libras des de helicópteros, cuyas explosiones y charneles sobre casas campesinas y columnas de seres humanos, provocaban estruendos y daños aterradores.
Por la experiencia acumulada en Managua, yo busqué de inmediato donde parapetarme o protegerme entre rocas de la misma “piedra quemada”.
Aquello fue realmente un infierno mortal. El pánico se generalizó entre los campesinos locales y los replegados capitalinos, especialmente los que eran civiles (no combatientes), los que corrían desesperados de un lado a otro, en vez de buscar protección o perapeto entre las rocas y los troncos de los árboles en Piedra Quemada.
Algunas casitas campesinas volaban en miles o millones de pedazos, mientras a mi alrededor centenares de jóvenes, hombres y mujeres inexpertos, atrapados por el pánico, corrían sin cesar en busca de protección o escape, lo que les acarreó la muerte en segundos.
Los charneles de los morteros y las bombas de 500 libras los partían también a ellos en pedazos, mientras asimismo caían ramas y árboles destrozados por las ondas expansivas y por cortes violentísimos de los charneles.
Decenas cayeron muertos a mi lado o heridos mortalmente, lo que aproveché para hacerles fotos en los estertores de la muerte.
Escuchaba yo que de las casas campesinas, alcanzadas por las bombas de 500 libras y rocketts, escapaban alaridos humanos desesperantes de mujeres y niños por los dolores intensos que provocaban los “machetazos” de los charneles.
¿Vos crees que podamos salir de este infierno de bombas? ¿Saldremos con vida, hermanito?, me preguntó mi hermano Mauricio Barreto Pérez, a quien notaba desesperado, pero siguiendo mis consejos de no salir corriendo como “loco” mientras los aviones y helicópteros lanzaban las cargas mortíferas en contra de nosotros.
En un instante en que pude apreciar lejanía temporal de los aviones, encontré una zanja profunda, como refugio antiaéreo y le pedí a gritos a civiles, jefes guerrilleros, combatientes populares y milicianos que nos metiéramos dentro, para evadir las explosiones de bombas.
Mientras tanto, desde el camión con la ametralladora calibre 50, recuperada en el combate de la finca o hacienda de Veracruz, se les disparaba a los aviones y helicópteros, lo cual resultaba poco eficiente porque estabámos con la visión nublada o entorpecida por los árboles, bajo los cuales íbamos cuando los somocistas genocidas desataron el bombardeo infernal.
El bombardeo feroz duró casi tres horas continuas. Durante un breve “descanso” de los pilotos somocistas de la muerte, tal vez porque fueron a traer más bombas, se pudo apreciar que la mortandad posiblemente llegaba a más de cien y más de un centenar de heridos.