Monitoreo
Nacional
Por Keyling T. Romero, LP
Por Keyling T. Romero
En la noche del 30 de diciembre de 1972 Roberto Clemente Junior despertó tras tener una pesadilla. Tenía siete años de edad y estaba soñando que se caía un avión en el que iba su padre. Cuando abrió los ojos, corrió con desespero adonde su papá, quien aún estaba despierto.
El avión se va a estrellar, le dijo. No te subas a ese avión, le suplicó.
Su padre, el grandes ligas puertorriqueño Roberto Clemente, le preguntó como si no hubiera escuchado: ¿Por qué?
—El avión se va a estrellar —le repitió Roberto, el mayor de sus tres hijos.
—Va a estar bien. Vete a dormir —le ordenó su papá.
Al día siguiente Roberto Clemente tenía planeado viajar hacia Nicaragua para llevar ayuda para los afectados del terremoto ocurrido en Managua, el 23 de diciembre de ese año. Pero en Puerto Rico parecía que todos sabían que el avión en que viajaría se iba a caer porque le pidieron que se quedara, pero él no quiso.
“Si se supone que debes morir, mueres”, le dijo el pelotero a todos, cuenta su familia en el libro Clemente, el verdadero legado de un héroe inmortal, escrito por la familia Clemente y el periodista Mike Freemam.
Hoy domingo se cumplen 45 años de que el avión en el que viajaba Clemente, junto a su amigo Rafael Lozano y ocho toneladas de cargamento, cayeron en el mar cerca de San Juan, Puerto Rico. Solo se recuperó el cuerpo del piloto. El avión había despegado a las 9:20 p.m. del 31 de diciembre de 1972 y tres minutos después cayó en el mar. Clemente murió a los 38 años de edad.
El otro Clemente
Roberto Clemente era obstinado. Cuando se le metía algo en la cabeza no había quién pudiera borrarle esa idea. Así era desde niño. Le apasionaban las causas sociales y no le importaba exponer su vida por ellas. Una vez, cuando tenía 12 años de edad, sacó a un hombre de las llamas durante un accidente.
“Por ayudar a alguien, podía recorrer la calle o darle la vuelta al mundo. Cuando viajábamos, abandonaba el hotel para conocer al pueblo verdadero. Caminaba por las calles y conocía a personas comunes”, cuenta su viuda Vera Clemente en el libro publicado por la familia.
Y así se le recuerda en Nicaragua. En su último viaje conoció a un niño llamado Julio Parrales, a él le habían amputado una pierna porque tuvo un accidente. Clemente conversó con él en el Hospital El Retiro y le prometió donarle una prótesis. Según los periódicos de la época, ese niño murió durante el terremoto de 1972.
Lea también: Terremoto de Managua de 1972: El día antes del apocalipsis
En Puerto Rico la situación era parecida. La gente llegaba a buscarlo a su casa y a veces se quedaban por horas hablando con él sin que él protestara. Incluso algunos enfermos llegaban para que él los sobara y cuando se iban decían que ya no tenía dolor. A veces hasta aparecían regalos en la puerta en compensación. Y siguieron llegando aún después de su muerte.
Con quienes sí era arisco era con los periodistas. En la época que él llegó a jugar beisbol a Estados Unidos había mucho racismo y, como él era uno de los pocos beisbolistas negros, por más que se destacara la prensa no reconocía su trabajo. A él se le reconoce su trabajo hasta 1971, cuando su equipo Los Piratas de Pittsburgh ganan la Serie Mundial y él es nombrado el Jugador Más Valioso de la Serie.
Daniel Ortega recibiendo Vera Clemente, viuda de Roberto Clemente, durante su visita al Nicaragua en 1989. LA PRENSA/ ARCHIVO
Lucha racial
Roberto Clemente era el menor de siete hermanos. Nació en 1937 en Carolina, Puerto Rico, donde el color de piel importaba mucho, explica otro libro sobre el beisbolista llamado Clemente, la pasión y el carisma del último héroe del beisbol, escrito por David Maraniss. De hecho, una de las decepciones amorosas de Clemente fue cuando una novia que tenía en Puerto Rico terminó con él porque su familia decía que su piel era “muy oscurita”.
Y las muestras de discriminación por su piel y por ser latino aumentaron cuando se convirtió en beisbolista, pues era la razón por la que los medios no le reconocían su trabajo. Esto a él lo enfurecía tanto que con la prensa estadounidense se volvió tosco.
En el libro que publicó la familia Clemente se afirma que cuando los periodistas entrevistaban a los jugadores de beisbol que eran blancos le corregían la gramática a sus declaraciones, pero cuando entrevistaban a Clemente o a otro latino no había ninguna corrección.
El cronista deportivo mexicano Arturo Carretero Lara publicó una entrevista en el Diario LA PRENSA de Nicaragua, en diciembre de 1973, donde cuestiona a Clemente sobre su trato a los periodistas.
—Roberto, ¿qué es esa batalla entre usted y los periodistas norteamericanos?
—Es mi lucha interna en contra de las injusticias. A los humanos no se les puede valorizar por su físico, ni por el color de su piel. Creo que el pelotero que salta al terreno a darlo todo, a realizar su mayor esfuerzo es digno de cierta consideración.
En una ocasión un periodista hasta le dijo que era “un fanfarrón puertorriqueño”.
Con algunos periodistas de Nicaragua también actuó distante. En su última visita, que ocurrió precisamente en 1972, cuando se desarrollaba el Mundial de Beisbol en el país, el cronista deportivo Francisco “Pepe” Ruiz intentó entrevistarlo sin éxito.
“Cuando lo quise entrevistar me paró en treinta. Uno porque estamos acostumbrados al trato de tú a tú y yo le dije: ‘Roberto’ y él se volteó y me dice: ‘Don Roberto. Dos (me dice) qué quería. Una entrevista, le digo y me responde ‘hágamelo por escrito, escríbame un despacho y yo le voy a decir si lo recibo o no lo recibo, si le doy la entrevista o no. No la haría en el estadio porque aquí yo estoy entrenando mi equipo (Puerto Rico), la haríamos en el hotel donde me estoy hospedando. Y tres yo soy un grandes ligas’, me dice y esa era la actitud de un grandes ligas y era correcta. El amateur fui yo”, le dijo Pepe Ruiz al periodista Luis Urbina Alonzo.
Pero el racismo que vivió no solo fue por parte de la prensa, sino que sus mismos compañeros de equipo —que en la época en que entró a Los Piratas la mayoría eran blancos— le decían insultos a los jugadores de otros equipos que eran negros. A veces Clemente se hacia el sordo, pero otras veces los enfrentaba. En los siguientes años en ese equipo se vieron cambios promovidos por Clemente, pues firmaron a más jugadores negros y latinos.
Beisbolista y poeta
El primer instructor de Clemente fue su hermano Matino, que era siete años mayor que él y que había jugado en una liga de aficionados importante de Puerto Rico, pero su carrera como deportista no prosperó porque la abandonó cuando ingresó al servicio militar, dice Maraniss en su libro.
Clemente superó a su hermano fácilmente. En el campo de beisbol no pasaba inadvertido. Tenía manos grandes e intimidaba con la rapidez de su bate a la mayoría de lanzadores de Grandes Ligas. “Él podía atrapar la pelota y devolverla rápidamente en un parque tan difícil como Forbes Field”, contó Tim McCarver, exjugador de Grandes Ligas, en el libro que publicó la familia Clemente.
Con los Piratas de Pittsburgh ganó dos series mundiales. La primera fue en 1960, cuando vencieron a los Yanquis de Nueva York, que era el favorito a ganar. Y la segunda en 1971, contra los Orioles de Baltimore. Ese año Clemente tuvo un promedio de bateo de 341.
Otros de sus talentos eran la poesía y la música. Mientras conducía le gustaba tocar la armónica. En otros instantes también solía escribir poemas en pequeños pedazos de papel.
Logros en el beisbol
- Roberto Clemente se convirtió en el primer latino en entrar al Salón de la Fama del beisbol de Grandes Ligas de Estados Unidos.
- Jugó en 2,433 partidos y conectó tres mil imparables, 240 jonrones, hizo 1,305 carreras y tuvo un promedio de bateo de .317.
- Participó en dos Series Mundiales. La primera en 1960 y la segunda en 1971, en ambas series su equipo ganó, pero fue hasta en la última que la prensa estadounidense reconoció su mérito.
- Recibió 12 premios Guantes de Oro y ganó cuatro títulos de bateo en la Liga Nacional.
________________________________________
El gran amor de Clemente
El gran amor de la vida de Roberto Clemente fue Vera Zavala. Supo que quería casarse con ella desde que la conoció. LA PRENSA/ CORTESÍA FAMILIA CLEMENTE
Vera Zavala conoció a Roberto Clemente en 1964. Su amor fue a primera vista y no duró mucho tiempo el noviazgo. Desde que la vio él supo que ella sería su esposa.
“En la primera visita a mi hogar, Robert dijo que se iba a casar conmigo. En la segunda se apareció con las fotografías de casas y también trajo un anillo de diamantes. Se quería casar porque tenía que comenzar su entrenamiento de primavera muy pronto”, cuenta Zavala, que desde que su marido murió se firma como Vera Clemente.
Eran muy unidos, según los periodistas que han escrito biografías sobre Clemente. Él solía consultarle muchas cosas a ella y lo acompañaba a sus viajes. La última vez que vino a Nicaragua ella vino con él y se llevaron de recuerdo un mono que les regalaron.
Se casaron el 14 de noviembre de 1964 y procrearon tres hijos: Roberto Junior, Luis Roberto y Roberto Enrique. Sobre ellos cayó el peso de ser hijo de un jugador de Grandes Ligas tan destacado. Su hijo mayor Roberto Clemente Junior se sintió tan presionado que hasta le dijo a su mamá que quería cambiarse el nombre. “La presión de ser Roberto Clemente era tal que, en ese momento, yo no quería ser Roberto Clemente”, dice.
Muerte anunciada
Roberto Clemente sabía que iba a morir joven. Se lo pasaba diciendo a su esposa desde que la conoció. Ella por más que lo reprendía para que no dijera eso él seguía insistiendo. “Voy a morirme joven”, le decía.
Un mes antes de morir, en noviembre de 1972, a Clemente lo despertó un sueño. Le contó a su esposa que se había visto sentado en las nubes observando su funeral.
“Papi le decía todo el tiempo que él iba a morir joven. Ella (mi mamá) le respondía: ‘Deja de decir esas cosas’. Pero él lo repetía y le recomendaba a mamá que, si moría joven, ella tendría que seguir su vida”, dice su hijo Luis Clemente.
Del terremoto de Managua, Clemente se enteró el 23 de diciembre por la tarde. Se unió al comité de ayuda que estaban organizando el productor de televisión Luis Vigoreaux y la senadora Ruth Fernández.
Recaudaron víveres y antes de una semana habían enviado dos aviones y un barco con lo recaudado. Sin embargo, Clemente insistió en venir él personalmente a ver cómo se estaba distribuyendo la ayuda porque habían rumores de que el gobierno de Anastasio Somoza Debayle estaba repartiendo la ayuda solo entre sus simpatizantes.
Vigoreaux fue el primero en tratar de convencerlo de no ir, según narra la periodista Elia Ramos de Bomemia, en el reportaje Los últimos instantes del gran astro boricua, publicado en LA PRENSA en diciembre de 1973. José Pagán, uno de sus compañeros de equipo, también le dijo que mejor no fuera, pero él insistió.
El vuelo estaba programado para salir hacia Nicaragua a las 4:00 de la madrugada del domingo 31 de diciembre de 1972, asegura Vigoreaux, pero lo llamaron para posponer la hora de salida porque el avión tenía algunos problemas. Después le avisaron que el vuelo saldría a las 10:00 de la mañana, pero nuevamente le avisaron que no tenían pilotos ni copilotos y la salida se posponía hasta las 6:00 de la tarde y hasta esa hora abordaron las otras cuatro personas que iban a volar con Clemente. El avión tampoco despegó a esa hora. “A las 6:00 p.m. intenta salir, pero tuvo que regresar otra vez para reparaciones”, afirma Vigoreaux.
También le puede interesar: Clemente, el 21
Clemente no quiso llamar a su esposa para que fuera por él porque sabía que no lo dejaría viajar si se daba cuenta, por eso esperó en el aeropuerto hasta las 9:20 de la noche, cuando despegó para estrellarse a los minutos.
“La última vez que lo vi subía al avión. Se detuvo en la puerta y me miró. Tenía una mirada muy triste. Nunca olvidaré esa mirada”, dice su esposa Vera Clemente.
Clemente en Nicaragua
Roberto Clemente Junior junto a Denis Martínez durante una visita al estadio y monumente Roberto Clemente ubicado en el parque Luis Alfonso Velásquez. LA PRENSA/ CARLOS VALLE
La Managua destruida por el terremoto de 1972 recibió su segundo golpe el primero de enero de 1973 cuando corrió la noticia de la muerte del puertorriqueño Roberto Clemente. Él murió al estrellarse el avión en que venía a dejar ayuda a los damnificados. Desde entonces Nicaragua ha estado en deuda con el boricua y cada año no paran de escribirse biografías sobre su vida.
En su honor se han inaugurado centros de salud, barrios y escuelas que llevan su nombre. También hay dos estadios que se llaman como él, uno está ubicado en Masaya y el otro es un estadio infantil situado en el parque Luis Alfonso Velásquez. Además, hay una liga infantil de beisbol con su nombre y se construyó una estatua en Masaya, una de las ciudades de Nicaragua que según quienes los conocieron le gustaba.
Si tienes la oportunidad de ayudar a alguien y no lo haces, estás perdiendo tu tiempo aquí en la Tierra”.
Roberto Clemente, right fielder de los Piratas de Pittsburgh.