Artículo del poeta Enrique Fernández Morales
Revista Conservadora No. 114
Los granadinos que nunca admitieron las licenciosas algazaras del carnaval, desde remotos años gustaban despedirse también, aunque frugalmente, del mundanal ruido, con una sana y alegre velada de idílico esparcimiento en las playas del Gran Lago oasis feliz para el calor del verano, antes de entrar las austeras solemnidad de los Días Santos.
Si es de suponer que, españoles e indígenas, en la amable mezcolanza que produjo la conquista, continuada por mestizos de los cuales descienden los actuales granadinos, las familias se reunían por grupos en la espaciosa cosa gozando del admirable escenario del lago iluminado por la luna, y sentados sobre la arena comían las frutas de la temporada mientras escuchaban cadenciosas tonadas acompañadas por los típicos conjuntos de guitarras y marimbas.
La ruidosa algarabía moderna que todo lo desfigura también ha inyectado su ponzoña en esta grata fiesta patriarcal, que era como una escena pastoril de los pueblos primitivos enturbiadas en el presente con el disloque de las roconolas, los bailes modernos y el abuso del licor y los juegos prohibidos.