Por Jorge Eduardo Arellano
MACUIL MIQUIZTLI (Cinco Muertes) ––identificado por el topónimo náhuatl Nicaragua, nombre de sus dominios en el Istmo de Rivas, por el conquistador Gil González Dávila–– y Diriangén, teyte (o jefe de los Chorotegas) entre Nandaime y Diriamba, fueron los caciques que encabezaron en Nicaragua la resistencia indígena contra la invasión española. Exactamente el 5, 17 y 20 de abril de 1523. Por eso cabe proponer este mes de abril como el mes de la más ancestral resistencia de nuestro pueblo.
Muchas páginas se han escrito sobre ambos caciques. En un estudio reinterpretativo de 2004, Aldo Díaz Lacayo desarrolló la tesis de que Nicaragua y Diriangén, frente a los seres extraños, “actuaron concertadamente en defensa de sus respectivos estados tribales”. La misma tesis he planteado desde 1973 y se ha impuesto sobre las dos interpretaciones maniqueas tradicionales: 1. Nicaragua = traidor; Diriangén = patriota; y 2. Nicaragua = pacifista y Diriangén = guerrerista.
El “requerimiento”
Mas la documentación histórica presenta otra cosa: una alianza entre enemigos tribales para enfrentar a los representantes armados de un lejano poder que les exigía un sometimiento político (ser vasallos de un rey desconocido) e ideológico (convertirse al cristianismo); de lo contrario, los reducirían a la fuerza. Tal era el contenido del “requerimiento”, o justificación legal que desde 1514 se aplicaba a las acciones conquistadoras del nuevo mundo. Aquí no se leyó, como se acostumbraba, sino que fue comunicado verbalmente por cuatro intérpretes de Nicoya, capturados por los lugartenientes de Pedrarias Dávila en 1520, en el Golgo del mismo nombre y conducidos a Panamá, donde habían aprendido castellano. Ellos integraban la avanzadilla de la expedición descubridora de Gil González Dávila.
Las preguntas de Macuil Miquiztli
Previamente, al tomar una decisión, Macuil Miquiztli, Nicaragua o Nicarao, decidió informarse a qué se comprometía. Su actitud era racional, no instintivamente guerrera; pero confronta a la fuerza extraña prudentemente. Acepta escuchar sus argumentos para cuestionarlos (y luego, a los pocos días, entramparlos con sus fuerzas y las de Diriangén). Once, al menos, fueron los interrogantes cosmogónicos y antropológicos del sabio cacique y, al mismo tiempo, sacerdote, según el cronista Pedro Mártir de Anglería: 1) qué sabía de un cataclismo pasado que había anegado la tierra con todos los hombres y animales […] y si vendrá otro [el diluvio]; 2) si alguna vez la tierra se voltearía boca arriba; 3) del fin general del linaje humano, y de los paraderos destinados a las almas cuando salen de la cárcel del cuerpo, del estado del fuego que un día ha de enviar, cuándo cesarán de alumbrar el sol, la luna y los demás astros; del movimiento, cantidad, distancia y efectos de los astros y de otras muchas cosas; 4) sobre el soplar de los vientos, la causa del calor y del frío, y la variedad de los días y las noches; 6) si se puede sin culpa comer, beber, engendrar, cantar, ejercitarse en las armas…
6) Qué deberían de hacer ellos para agradar a aquel Dios que él [González Dávila] predicaba cual autor de todas las cosas; 7) debido al desacuerdo manifestado ante la inminente privación del ejercicio de la guerra, Macuil Miquiztli preguntó: adónde habían de tirar sus dardos, sus yelmos de oro, sus arcos y sus flechas, sus elegantes arreos bélicos y sus magníficos estandartes militares, razonando: ¿Daremos todo esto a las mujeres para que ellas lo manejen? ¿Nos pondremos nosotros a hilar con los husos de ellas, y cultivaremos nosotros la tierra rústicamente?
Finalmente, Nicaragua preguntó: 8) sobre el misterio de la cruz y [la] utilidad de adorarla; y 9) acerca de la distribución de los días (de las actividades según la doctrina cristiana). El mismo Mártir de Anglería revela dos preguntas más dirigidas por el cacique al intérprete: 10) Si esta gente tan sabia [los españoles] venían del cielo; y 11) si habían bajado en línea recta, o dando vueltas o formando arcos.
Cabe considerar un dato curioso y oportuno que advierte el citado cronista: aunque el cacique interrogó sobre cómo deberían comportarse bajo el nuevo señorío, y si podrían conservar algunas de sus prácticas culturales, en particular sus fiestas y el ejercicio de la guerra (preguntas 5, 6 y 7), se abstuvo de explicar aquella referida a las ceremonias y sanguinaria inmolación de víctimas humanas. Siguiendo al cronista, esta actitud fue interpretada como un mecanismo de ocultación, del que se percató el capitán español, y sin haber sido requerido, habló al respecto, condenando tales sacrificios paganos.
Pero González Dávila, excontador de la Isla Española, no pudo resolver todos los referidos interrogantes. Afirma Mártir de Anglería, cronista del Papa: Aunque Gil era hombre de ingenio y aficionado a leer libros traducidos del latín, no tenía la erudición necesaria para dar acerca de ellos otra respuesta sino que la Providencia se reservaba en su pecho el conocimiento de tales arcanos. Y, a continuación, reitera: Sobre otras muchas cosas respondió Gil, explicando la mayor parte según sus alcances y dejando lo demás al divino saber. En otras palabras, fue vencido en ese duelo de ideas con que se inició el encuentro de nuestras dos culturas madres el 5, 6 y 7 de abril de 1523. Si se añaden las cuatro preguntas que consigna otro cronista, Francisco López de Gómara, fueron quince las que formuló Nicaragua: Preguntó asimismo si moría el santo padre de Roma, vicario de Cristo, Dios de los cristianos (12); y cómo Jesús, siendo Dios, es hombre, y su madre, virgen pariendo (13); y si el emperador y rey de Castilla, de quien tantas proezas, virtudes y poderío contaban, era mortal (14); y para qué tan pocos hombres querían tanto oro como buscaban (15).
Bautizo aparente
Al margen de su cuestionador repertorio, el cacique amerindio, aparentó aceptar el bautizo con su familia y 9,017 de los suyos; e intercambió regalos con el jefe invasor: oro equivalente a 18,550 pesos castellanos recibiendo a cambio un traje de seda, una camisa de lino y una gorra de color rojo. Convino, asimismo, en erigir una cruz sobre un montículo escalonado, en el orchilobo (o altar de sacrificios), lo cual llevó a cabo seguido por su séquito en procesión solemne, acto que conmovió a los españoles. Correspondió al fraile mercedario Diego de Agüero, único religioso de la expedición, hacer llover agua bendita sobre las miles de cabezas de los conversos, aceptando obedientes el extraño rito al que supuestamente se había sometido su señor, a quien no habían satisfecho su inquietud de conocimientos ni colmado su curiosidad científica por hallar respuestas a los graves problemas de su tiempo en relación con el universo y la naturaleza.
Diriangén y su comitiva deslumbrante
Trasladado seis leguas al norte del poblado de Nicaragua ––la provincia de Nochari, formado por dos pueblos nahuas y cuatro chorotegas––, el capitán peninsular prosiguió su marcha, procurando más bautizos impuestos y recaudando más oro (en total el equivalente a 33.000 pesos castellanos) como tributo. Y estando en Coatega, llegó a visitarle el joven y poderoso cacique Diriangén, acompañado de una comitiva deslumbrante: 500 hombres con uno o dos pavos (chompipes) cada uno, diez pendones, diecisiete mujeres –cubiertas de patenas de oro y con hachas también de oro– y cinco trompeteros. Estos tocaron antes que su cacique pasase a conocer al extranjero para hablar con él. Diriangén no aceptó el bautismo de inmediato, sino que prometió volver a los tres días, lo que hizo el sábado 17 de abril de 1523, a mediodía, presentando batalla. En realidad, actuaba conforme la tradición guerrera chorotega: otorgar una tregua al adversario. Por la superioridad de las armas de sus contrincantes ––arcabuces, ballestas, caballos ––, Diriangén fue vencido, pero González Dávila tuvo que retirarse.
El encuentro bélico de Quauhcapolca
Anota Eduardo Pérez-Valle: “Quedaba demostrado que no era sincera la sumisión de los indios”. O sea que ofrecieron una clara resistencia militar. Al pasar por Quauhcapolca, nombre indígena del pueblo del cacique Nicarao, los indios de este le esperaban ocultos y armados. Así lo sospechó el conquistador al formar un escuadrón con sus sesenta hombres sanos dentro del mismo, además de los prisioneros indios portando el oro y la provisiones, y en las esquinas colocó a sus cuatro hombres de a caballo y a cuatro espingarderos. Los del pueblo llegaron inermes ante el escuadrón a gritar a los indios dentro que soltasen las cargas o huyesen con ellas. En respuesta, González Dávila ordenó a sus ballesteros realizar algunos disparos, hiriendo a varios indios. Ipso facto empezaron a salir del pueblo innumerables guerreros que se lanzaron contra los españoles en medio de alaridos, arrojando lanzas y flechas. El escuadrón tuvo que adelantarse precipitadamente, comandado por el tesorero Cereceda, tratando de poner a salvo las cargas con el oro. González Dávila se situó en la retaguardia para repeler a los indios con sus montados, los cuatro espingarderos (con sus armas de fuego) y nueve peones ballesteros y rodeleros (portadores de escudos redondos). Cesaron los ataques y los conquistadores, aprovechando una luna menguante, pudieron abandonar el territorio.
Teba, teba, xuja, toya, toya
La intensa refriega ––bajo banderas tendidas–– duró desde las once de la mañana hasta caer la tarde. Entonces los indios solicitaron la paz y González Dávila se la concedió. Tres de los principales del pueblo del Cacique Nicaragua, o Micuil Miquiztli, se disculparon, afirmando que ni el cacique, ni los suyos habían sido responsables de aquello, sino la gente de otro cacique que se hallaba en el pueblo. Pero González Dávila les contradijo diciéndoles que en la pelea había reconocido a varios de los que antes lo habían recibido pacíficamente. A lo cual ––escribió a Carlos V–– ellos no tuvieron que responderme. Sin embargo, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez ––basado en una carta que le envió González Dávila–– indica que algunos le replicaron antes de su partida: “TEBA, TEBA, XUJA”: “Está bien, ándate, vete en buena hora” y “TOYA, TOYA”, muchas veces, que quiere decir: “Anda, corre”. “Toya” funciona como imperativo del verbo toyana, que expresa la idea de rapidez. Le instaban, en resumen, a largarse. Evidentemente, ambos caciques combatieron, nada más que en forma distinta.
De estas dos actitudes ––no contradictorias sino complementarias–– proceden los primigenios modelos de lucha que en abril deberíamos conmemorar los nicaragüenses. No en vano el cronista Herrera llamó a Diriangén cacique guerrero y valiente y Gómara definió a Micuil Miquiztli agudo y sabio en sus ritos y antigüedades. Por algo los dos conforman el más antiguo sustrato de la nacionalidad nicaragüense y de la esencia de nuestro pueblo que, de acuerdo con Rubén Darío, cuando no va montado en Rocinante hacia el heroísmo, va en Clavileño hacia el ensueño. Y por algo este pueblo nos dio dos excelencias paradigmáticas: el mismo Darío y Sandino.