Granada, Nicaragua
Por: Augusto Cermeño
El doctor Ofilio Picón, se encargó de introducir ante el culto público granadino el poemario “Estampido de Fuego”, lo que el intelectual capitalino consideró se le concedió no por sus “méritos literarios” sino “por un vínculo casual que nos une significativamente y que sin duda está en la raíz de su poesía y de mi música, que dicho sea de paso hemos comenzado a entrecruzar en temas como Transparencia de Mujer y Beso Forzoso”.
Tanto Ofilio como el poeta Vladimir Soto Alegría, vivieron su niñez en el barrio Acahualinca, en las márgenes lacustres de Managua, a 200 metros de montañas de basura de inmundicia que produce la capital nicaragüense.
Ese lugar, donde se criaron Ofilio y Vladimir, es un sitio no apto para que seres humanos habiten, pero la gran necesidad, la pobreza, empujó a muchas familias hacia los sitios que se convirtieron en anillos de pobreza extrema en ciudades como Managua.
Ofilio Picón y el poeta Vladimir Soto, crecieron en las márgenes de una ciudad “entregada al ilusorio desenfreno consumista.
Con sus enormes hogueras de 24 horas, ahogándonos en hedor y humo. Sobrevivimos a todas las plagas y a todas las miserias, corriendo descalzos bajo el peso de carencias sin nombre”.
En medio de ese infernal ambiente marginal, infrahumano, degradante, Ofilio y su amigo, el poeta, lograron encontrar “motivos suficientes para la alegría, la risa y la felicidad. El amor de sus padres, la amistad; el beisbol con pelotas de trapo en plena calle. La “leche clin” y el cereal de una Alianza Para el Progreso que jamás entendimos”.
Ofilio derramó recuerdos imperecederos de su infancia en Acahualinca, donde los más pequeños apenas alcanzaron a manosear juguetes de plástico en Navidad, ver películas de Los Tres Chiflados, “proyectada en las paredes de la casa del tope”.
También se acuerda de “las bicicletas que alquilaba don Héctor, a chelín la hora y que las armaba de desechos reciclados con irrenunciable ingenio. Siempre hubo lugar para la magia y el asombro.
Como el niño de 10 años que entre ajos y cebollas, hablaba entusiasmado con doña Coco, casi una anciana, dueña de la venta, sobre las aventuras de Athos, Aramís y Dartañan. Veinte años después, el Conde de Montecristo o La Dama de Las Camelias”.
Recuerda como hoy (jueves 29 de diciembre 2011), cuando contemplaron, atónitos, en el único televisor del barrio, “la caminata de Neil Armstrong sobre superficie lunar. Vladimir tendría un año de nacido” (Neil Alden Armstrong, Ohio EEUU, 5 de agosto de 1930 es un ex astronauta de la NASA y el primer ser humano en pisar la Luna el 21 de julio de 1969, en la misión del Apolo 11).
Recuerda Ofilio que en el momento en que todos están concentrados viendo la espectacular caminata de Armstrong sobre la luna, “entonces se alzó la voz de doña Victoria diciendo que: todo eso es una gran mentira. No han podido ellos venir a la tierra, y les queda de bajadita, mucho menos que vamos nosotros a llegar hasta la luna, si es pura subida…”.
De esta forma, Ofilio da su propia definición gráfica, histórica, económica de la Acahualinca de los años 60 y 70, “un infierno donde antes hubo una notable sucursal del Edén, un paraíso perdido…”.
Ven en el Acahualinca de hoy, algo radicalmente diferente: “con sus calles adoquinadas, su centro de salud, su parque, sus profesionales, su multitud de estudiantes”.
El drama del terremoto
En la presentación del poemario de Vladimir Soto, el doctor Ofilio Picón trajo el no grato recuerdo del drama del terremoto del 23 de diciembre de 1972, cuando se escucharon los ecos espantosos de “gritos y lamentos. Vimos las tolvaneras gigantescas y las lenguas de fuego, hacia el centro de Managua.
Entonces se dio un éxodo desbordante. La gente se fue al Open o Ciudad Sandino y otros lugares del país (incluyendo Masaya y Granada). Yo salí en el 75. En Acahualinca, desde muy temprano estuvimos claros, de que solo el estudio, solo el conocimiento podía arrancarnos de ese mundo”.
Ofilio y el poeta Soto, coincidieron alrededor de la poesía hace un par de años, “descubriendo cada uno que el otro existía. Que él hizo la carrera de leyes, yo medicina, música; el maestría, diplomados, yo medicina.
Pudimos ser matarifes, genocidas, asaltantes, malvivientes, dixómanos o traficantes, pero no. Creo que la escuela nos salvó. Tal vez los Alejandro Dumas padre e hijo; Julio Verne, Mark Twain o Charles Dickens. Tal vez Darío, Alfonso Cortez, Salomón de la Selva; vaya uno a saber. No creo que Baldor o Peña Hernández, pero si, e seguro, la poesía que hoy nos reúne nuevamente”.
Ofilio lamentó decepcionar “a los que esperaban una disertación literaria interesante, sobre a poesía de José Vladimir Soto. Pero creo que las cosas que hoy he dicho, son el mayor aporte que podía dar para mejor conocer al hombre y al poeta”.
Ofilio cerró su disertación leyendo una breve apreciación sobre “Estampido de Fuego” que está en la contraportada del libro, que dice: “Encuentro una extraña sabiduría en algunos poemas de este volumen, como si hubieran sido descritos por alguien que ya esta devuelta.
Sin embargo, al pasar por una página cualquier tropiezo con una ingenuidad conmovedora, una pasión que arrasa y encandila; un ser en construcción que clama por un abrazo o una mano; alguien que se regocija en el vino o en el ron o en la naturaleza; un padre que cabalga en la sonrisa de su hijo; un hombre adolescente que se abre al amor y reniega de los años.
En fin, hay múltiples voces y tiempos, en la poesía de José Vladimir Soto Alegría, voces de búsqueda y afán, que al final parecen reencontrarse y coincidir en la acepción: aquel que era el poder, que aborda temas políticos sociales de palpitante actualidad”.
Concluyó diciendo que tanto él como el poeta Soto Alegría “estamos orgullosos, a pesar de los pesares, de la infancia vivida en Acahualinca. Y que nos unen a ese barrio indisolubles lazos de amistad y admiración por esa gente que lucha y sueña con pasión y bravura”.