Culturales
Por: Clemente Guido Martínez. Historiador.
¿Cómo asumían la muerte los Nicaraos que conocieron los primeros españoles en llegar a las tierras del Cacique Nicarao en el actual istmo de Rivas?
Gonzalo Fernández de Oviedo, el cronista español que más documentó esos primeros contactos entre los europeos y los Nicaramerindios, nos dejó un legado documental muy importante al respecto en su libro sobre estas tierras y pueblos, basado en un cuestionario que el Fraile Bobadilla realizó a caciques y principales de la cultura Nicarao.
El primer lugar nos dice que los Nicaramerindios consideraban que la muerte no era el final, puesto que existía algo denominado “yulio” que se separa del cuerpo del que muere y sale por la boca. Este “yulio” es lo que les mantenía con vida en ese cuerpo. Al salir el “yulio” de sus cuerpos, tenía dos opciones, si es bueno, “va arriba con los teotes, nuestros dioses”, y si es malo, “va debajo de la tierra”, a un lugar que denominaron con el nombre de “Miqtanteot” (Mictlan= lugar de los muertos).
En la colección de estatuas de la Isla Zapatera que se exhiben en el Convento San Francisco de Granada, existen al menos dos estatuas que por su iconografía podrían acercarnos a una interpretación del Miquistli o Señor del Mictlan. La B7 y la B10 de dicha colección.
En nuestra cultura, los caciques denominaron a esta deidad, con el nombre de Miquistli, sexto día del calendario (tonalpohualli) y su jeroglífico es una calavera.
La muerte era vista con temor, porque testifican que veían visiones de personas (espantos), culebras y lagartos (dos animales propios de la religión prehispánica) antes de morir, en su agonía.
Al morir nuestros antepasados dejaban encomendadas sus bienes y familia a los que quedaban vivos, para que no perecieran y miren por ellos, pues tenían plena conciencia que el muerto no retornaría, pero las cosas de uso personal les quedaban a los hijos o si no los tenían se enterraban con ellos en sus tumbas. De aquí que en muchos entierros indígenas descubiertos por la arqueología se encuentran objetos de cerámica, lítica o huesos con los restos mortales.
Los dioses que les esperaban después de la muerte eran Tamagastad y Cipattoval, quienes al morir decían, “Ya vienen mis hijos”.
Cuando mueren se acostumbraba quebrar unas figurillas de barro sobre las tumbas de los difuntos, para que por unos veinte o treinta días, quedaran evidencias de la memoria del que habían sepultado.
Estas figurillas son comunes hallazgos en las tumbas indígenas descubiertas por los arqueólogos en nuestros días. Ejemplo reciente los hallazgos realizados en Las Delicias, al norte de Managua todavía dentro del casco urbano actual.
Cuando morían los hijos, estando los padres vivos, eran enterrados a las puertas de sus casas, envueltos en una manta de algodón (de la cual hacían muy buena los Chorotegas).
Y si el difunto era un miembro de la clase social indígena noble, lo cremaban con muchas mantas, camisas y ropa de algodón; plumas y otros objetos de los usuales entre los caciques y principales, incluyendo el oro.
Después de incinerado toman las cenizas y echanlas en una olla o vaso y entiérranlo delante de la casa del cacique o señor principal. Para el “viaje” se les pone pozol de maíz cocido en una jícara y atanselo al cuerpo y lo queman junto con el cuerpo.
En la arqueología se han encontrado una buena cantidad de urnas funerarias de este tipo, aunque en muchos casos se encuentran restos óseos, molares o dentaduras, cuentas de cerámica o de jade. O incluso algunas piezas ornamentales de oro.
Nuestra arqueología ha determinado dos tipos de entierros: Primario (cuando el muerto es encontrado de forma acostado boca arriba, en una fosa extendida), Secundario (cuando el muerto es encontrado en urnas funerarias, que parece indicar más bien el tipo señalado por Oviedo). Hay una variedad de tipos de entierros indígenas, no pretendo agotar en este párrafo esta variedad.
Según la información recopilada por el Fraile Bobadilla, a los muertos no se les sepultaba nunca en los templos indígenas.
Esa costumbre de sepultar en los templos católicos o en los campos santos contiguos a estos se impuso con el devenir de la nueva cultura hispana a nuestras comunidades.
He aquí pues, algunas informaciones que datan del Siglo XVI, año 1529, escritas por este Cronista de Indias que estuvo personalmente en estas tierras tan bellas que ahora se preparan para conmemorar el Día de todos los Santos y el Día de los Difuntos el primero y dos de noviembre.
Gloria sean dadas a nuestros santos, entre ellos a Fray Antonio de Valdivieso, mártir por la defensa de los derechos humanos, Siglo XVI; y al Beato Monseñor Oscar Arnulfo Romero, mártir por la defensa de los derechos humanos Siglo XX. Y paz a nuestros difuntos de todos los tiempos. Amén.
Fuentes: Nicaragua en los Cronistas de Indias: Oviedo, Serie Cronistas No. 3, Colección Cultural Banco de América, 1976. Y Diccionario de Mitología y Religión de Mesoamérica, Dra. Yolotl González Torres, México; Los Dioses Vencidos de Zapatera: Mitos y Realidades, Lic. Clemente Guido Martínez, Nicaragua, Mayo 2004, Academia Nicaragüense de la Lengua.