Granada, Nicaragua
Por: Augusto Cermeño

La Plaza de la Independencia se colmó totalmente, no dejando espacio ni para una hebra de pelo, mucho menos que se pudiera realizar movimientos entre la multitud sin empujar un poco, mostrándose algunas caras “de pocas amistades”.

Hay quienes piensan que los más gananciosos del festival de poesía son los dueños de hoteles, la mayoría extranjeros, que poco aportan al desarrollo de la ciudad, enviando sus ganancias a sus países de origen, pero nos dejan muchos desechos orgánicos que contaminan nuestros arroyos y nuestro gran lago Cocibolca, sobre el que se han escrito tantos hermoso versos, como bien lo hicieron José Coronel Urtecho, Ernesto Cardenal y Pablo Antonio Cuadra, entre otros.
Es cierto que persiste esa opinión, que muy poco se vende y que las ferias de libros y artesanías no resultan muy atractivas a los humeantes bolsillos de los granadinos, de los nicaragüenses, golpeados por el alto costo de la vida, el desempleo, bajos salarios y la inflación galopante.

Carlos cantó y tocó su acordeón rompiendo los fuegos con uno de sus más grandes éxitos: “La Flor de Pino”, dedicada a Blanca Aráuz, la señora esposa del General de Hombres Libres, Augusto César Sandino.

Luego vino “Quincho Barrilete”, la canción que ganó el primer lugar en uno de los concursos internacionales de la OTI. Carlos dedicó una pieza a “La Pastorela nicaragüense”, cantando el “Lucerito Nistayolero” o “El Lucero Cagón”, el lucerito de la mañana.
Posteriormente irrumpió con “El Son de Pascua Número 2”, de Alejandro Vega Matus, el que estrenó en la clausura del VII Festival Internacional de Poesía. Carlos regaló a todos una noche muy animada y agradable, que permitió a todos despedirse alegremente de los poetas del mundo e irse a casa a dormir en sana paz.